La noche era infinita. Negro en todas partes, sonidos de bosque. Mi corazón latía excitado. No le creo a los que me dicen: "Usted no conoce el miedo". Yo sí que lo conozco, nos
hemos encontrado muchas veces: por eso, cuando nos tropezamos de nuevo, no lo siento tan intensamente.
Iba solo, como siempre. Recordé a quienes rezan en esas circunstancias. Pero las imágenes no pudieron ser exorcizadas. Cuántos mitos en mi mente, cuántos cuentos. Seres fantásticos, extraños, algunos francamente horripilantes. Apuré el paso.
¿Cuánto faltaba? Mucho. Pero recordé aquella noche de noviembre. Cálida noche venezolana, Caribe puro, felicidad. Esa vez, por puro amor a la aventura, caminé de un pueblo a otro, en la más completa oscuridad. La recompensa fue magnífica: en el muelle las sirenas esperándome, la música y las olas rompiéndose contra cañones centenarios... ¡Memoria bendita! Anduve más depacio. Sonreí. ¿Qué importaban soledad, noche y monstruos imaginarios?
David Alberto Campos V, Ópera Cromática, 2005
martes, 20 de mayo de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario