lunes, 26 de mayo de 2008

XCI

Una llanura. El aire es soporífero. Calor. Rojo, naranja, sudor. La nariz duele, se quema.

Allá, en el horizonte, el sol es el cielo entero. La vida entera arde.
Respiramos apenas. Desapareces entre los espinos y las rocas.

¿Dónde estás? Qué angustia. ¿Te has ido lejos? ¿Has iniciado el camino del que nunca se regresa?
Grito, deambulo, busco. Como creí hallarte a la vera del camino caí por un desfiladero. El dolor. La sangre, caliente. El suelo, caliente.

Ni siquiera un oasis. ¡Cómo nos tranquiliza y confunde nuestra mente sinuosa, en instancias semejante! Pero yo sólo conseguía ver arena, pues era científico y no confiaba en ese tipo de ilusiones.

Caí al suelo. Ya ni siquiera sudaba. "Terminaré convertido en roca", pensé. Mi cerebro era sal, caliza, sedimento. Mis ojos dos piedras diminutas.

Me acordé de mis padres y traté de hacer mi muerte algo más amable. Había comprobado que la sugestión funcionaba a veces...Buen resultado, subjetivamente hablando. Pero la realidad no había cambiado. ¿Qué seguía?

¿Fe? ¿Se puede tener fe después de todo? Sí. Y no es la hipnosis ridícula de los ignorantes, ni la hipócrita letanía de los mojigatos. Fe. Simplemente fe. Creer en Einstein y en Jesucristo.
Y con fe pude levantarme. Los huesos me dolían. Ya no sentía la lengua. Esperaba irme deshaciendo poco a poco con el viento, volando al infinito, haciéndome duna. Pero mi fe mantuvo unidos los átomos de mi cuerpo.

Caminé otro tramo y volví a desplomarme. Me sentí morir. El calor me había asfixiado.
Entonces moví mi mano y escribí, y pude tranquilizarme. Mis dedos se hicieron hábiles para hallar lo imposible. Escribí y cavé, cada vez más hondo. Entonces brotó el agua.

David Alberto Campos V, Ópera Cromática, 2005

No hay comentarios: